Ya nos encontramos casi a la mitad del año y hace escasos unos días yo celebré algo así como la mitad de mi existencia. Tengo la sensación de encontrarme en el medio de las cosas importantes y es justo ahora cuando siento la necesidad de observar el camino andado para poder intervenir el futuro, sin dejar de lado el presente.
Tengo muchos motivos por los que me inclino a mirar hacia lo que viene.
Tengo muchas ganas y muchos proyectos en el cajón de los borradores que pretendo que vean la luz el día menos pensado. Existe una gran esperanza rebosando en cada uno de mis cuadernos y en cada canción que escucho con detenimiento (no así con lo que observo en las noticias).
Existe también una gran necesidad de reinterpretar el camino andado y deshacer la maraña de nudos mentales y miedos que, en algunos momentos concretos del día, se anclan a la altura del oído produciendo chasquidos. Tengo esperanza en los cambios y confío en las personas que me rodean. Tengo curiosidad por descubrir nuevos horizontes y nuevas perspectivas, nuevas sensaciones, nuevos hábitos. Tengo todo lo necesario para encararme a la vida con firmeza y altas dosis de humildad y fervor, siempre en cuando me permitan refugiarme en mis silencios y mis estados taciturnos y tranquilos, lejos del ruido, las luces y las sombras que otros proyectan sobre mí.
Pero también, por alguna razón que desconozco, tengo el deseo de recoger recuerdos del pasado y volver a ellos desde otra perspectiva.
Quiero volver a mi pueblo y abrazar a mi madre. Quiero recoger flores y llenar diarios de historias cotidianas. Quiero arreglar la bici y perderme por caminos poco transitados, llenos de piedras y fauna silvestre, lejos de la rigidez urbana; fuera de horarios, llamadas y compromisos absurdos. Lejos de gente inocua con sonrisa falsa y conversaciones soporíferas. Quiero sentarme en aquella piedra gris con forma de mesa que corona el cerro más prominente y gritar que todo está bien, que ya por fin no le echo de menos, que le he perdonado y, lo que es más importante, me he perdonado a mí.
Quiero viajar a Roma y comer un helado de pistacho. Me gustaría pisar esos adoquines movedizos y volver a tropezarme con ellos para reírme después. Esta vez no me obsesionaría con la idea de tirar una moneda en la Fontana di Trevi; con un beso sincero en una esquina sombría reconocería el amor de inmediato, incluso con un apretón de manos antes de entrar en el Coliseo.
Quiero visitar aquel pueblo de Cantabria escondido entre montañas y dormir al aire libre dentro de un saco. No sé si sería capaz de escalar de nuevo alguna pared rocosa, pero sé que las fotografías tendrían mejor ángulo de encuadre que las anteriores. Quiero reconocer los pájaros según su trino y cantar canciones del colegio a viva voz. Quiero aprender adivinanzas y comer sardinas de lata con pan revenido por el calor. Prometo llevar calcetines altos para prevenir las ampollas. Prometo no hacer caso a las opiniones ajenas respecto a mi delgada constitución.
Quiero recorrer Suecia un par de semanas y despertarme confusa de madrugada por el sol irradiando toda la habitación. Quiero sentirme exótica por mi acento y recorrer sus calles imaginando en cuál de sus casas de techos altos podría vivir si tuviese una abultada cuenta bancaria y un buen abrigo para el invierno. Quiero empaparme de limpieza y gente educada aunque en algunos aspectos sean terriblemente faltos de emoción.
Quiero volver a bailar frente al espejo y creerme una estrella de la tele. Quiero inventarme guiones imaginarios entre personas desconocidas que toman café en una terraza. Quiero llorar de emoción en una ópera y empezar a decir tonterías tras beber dos simples copas de vino. Quiero saltar sobre los charcos y llenarme de barro hasta las rodillas sin tener que andar pensando cómo lo limpiaré todo después.
Me gustaría revivir el pasado cambiando el punto de vista. Cambiando algunas personas, algunas situaciones, algunas circunstancias.
Lo mejor de todo, es que, exceptuando algunas ausencias, todo esto es algo que puede ser posible y eso, en cierta medida, me reconforta.
No hay nada más amargo que mirar al pasado reconociendo sólo aquello que no sucedió en la forma que me hubiera gustado. Puede que no fuese de mi agrado, pero estoy segura de que, en realidad, fue de la mejor forma posible de suceder.
Y ahora, el presente.